martes, 16 de febrero de 2010

EL CINE

Durante muchos años, las salas de cine de Los Toldos estuvieron cerradas, y un día de esos me levanté con ganas de describir lo que sentía al respecto.
Y aunque después el Italiano abrió sus puertas, me pareció buena la idea de compartir lo que quedó escrito en ese momento, porque seguramente todos los que estamos transitando "los cincuenta" tuvimos similares experiencias frente a la pantalla.
Aquí va:

SALAS CERRADAS, SORTILEGIO PERDIDO

Y, sí, las extraño.
Me sorprende recordar, todavía, su inconfundible olor a encierro.
Revivo su magnetismo, que prometía develar secretos en cada estreno, cuando la música estremeciera la sala y las imágenes impactaran desde la pantalla.
Extraño los susurros, las miradas jóvenes desafiando la penumbra y entablando acuerdos secretos; las largas hileras de butacas que los adolescentes recorrían rápida y certeramente en busca de presencias esperadas; el ruido de papeles de caramelo; la voz de la entrañable vecina que siempre anticipaba el argumento (¿habría ido a la primera sesión?, ¿o gozaba de capacidades adivinatorias?). Y en el techo, como resguardando el encantamiento, el místico, deslumbrante arte de Magliano.
Definitivamente, añoro toda esa fascinación compartida. Porque a las películas que veo en casa les falta aquel rumor de ola envolvente que se apagaba cuando la pantalla cobraba vida, aquel consenso implícito que creaban algunas escenas, aquellos silencios interminables.
Hace tanto, tanto tiempo que las salas de cine de mi pueblo han visto desvirtuado su objetivo de origen...
Se podrá argumentar que sus espacios físicos no están ociosos, que se usan para otros fines. Pero a nosotros, los que fuimos y continuamos siendo amantes del arte cinematográfico, algo, adentro, se nos quedó vacío. Sin aquel hormigueo de susurros; sin aquellos silencios infinitos; sin magia.

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